No cuento los días porque me parece que eso es torturarse a uno mismo y qué sentido tiene, pero lo mismo son demasiados ya, que yo pensaba que estaba bien, pienso que estoy bien, pero tengo menos ánimo, menos ganas. Y lloro más.
Llorar es bueno, está bien, pero lo mismo no hace falta llorar porque se le ha acabado la tinta al boli.
Hay límites.
Otra cosa que no hago es hablar con las plantas. ¿Para qué? No te escuchan, no te contestan, y lo último que quieres demostrarle al mundo es que te estás volviendo efecticamente loco.
Uno pierde la cabeza por dentro, poco a poco, y no lo dice.
Me paso mucho tiempo mirando las plantas, eso sí, fijamente. Últimamente mientras lo hago veo con el rabillo del ojo muchas cosas moverse a mi alrededor, como si hubiera alguien ahí, o algo. O muchos algos. Cuando centro la mirada todo está bien, pero yo sé que no es verdad, y ellos también.
Eso es volverse loco, pero por dentro, sin que se note.
Lo último que se me ocurriría sería escribir sobre ello.
Dice el helecho que llevamos cuarenta y siete días.
Muse – Madness