dúctil Del lat. ductĭlis. 1. adj. Dicho de un metal: Que admite grandes deformaciones mecánicas en frío sin llegar a romperse. 2. adj. Dicho de un metal: Que mecánicamente se puede extender en alambres o hilos.
maleable Del lat. malleus ‘martillo’ y -ble. 1. adj. Dicho de un metal: Que puede batirse y extenderse en planchas o láminas.
Tengo estos dos términos en la cabeza pero no era capaz de definirlos ahora sin la ayuda del diccionario. Lo curioso es que sí recuerdo perfectamente el día de antes de aquel examen sobre los metales, y dudo que sea capaz de olvidarlo algún día. Supongo que es verdad que en el colegio se aprende, y mucho, pero las lecciones rara vez están en los libros.
Recuerdo cómo me sentí aquella tarde, cuando el sol caía y yo me di cuenta de que iba a fallar, ¿por primera vez? ¡Desde luego que no! Pero a lo mejor por primera vez en ese aspecto desde hacía mucho tiempo. Tenía mucha facilidad para entender y recordar cosas, mucha, y es muy fácil cuando algo no te cuesta darlo por supuesto, confiarte. ¿Qué era un examen de diez páginas para mí? Nada que no pudiera estudiarme el día de antes.
Hasta que llegaron los metales.
Aprendí eso que nos han dicho siempre: que no puedes dejarlo todo para el último momento. El problema es que también aprendí algo mucho más peligroso: que aún en el tiempo de descuento es posible salvar la papeleta, y ¿sabes esa sensación de ganar cuando parece que está ya todo perdido?
Vaya por delante que odio correr. Lo hago, alguna vez hasta lo disfruto, pero si ahora me dijera alguien que no voy a volver a correr en mi vida no sería ningún drama. A no ser que fuera porque voy a quedarme sin piernas, claro.
Esto lo pienso un lunes a las 7:11am, a 2ºC, mientras doy vueltas a un parque cualquiera de Londres completamente inundado de niebla. Odio correr. No me cruzo con demasiada gente. Pocos están tan locos. Ningún otro amigo corredor. Hay algunos corredores, sí, pero no amigos. Saludo a todos con los que me cruzo y ni siquiera uno me devuelve el saludo. Supongo que están todos muy centrados en eso de darle vueltas al parque, o pensando en cuánto odian correr. ¡Ei!, lo intento de nuevo, pero nada. Ahí va otro. Todo el mundo dando vueltas, y total para qué.
No sé si has corrido o corres, pero lo más importante cuando intentas cubrir cierta distancia no es la velocidad: lo importante es el ritmo. Cuesta mucho encontrar la cadencia adecuada, que te exija pero que te permita llegar al final. Nada fácil, pero es menos complicada la opción b: copiársela a alguien. Buscas a una persona a quien creas que puedes seguirle el ritmo y echas a correr detrás, intentando no ir demasiado cerca para que no parezca raro. Te basas en criterios totalmente subjetivos, y más de una vez te equivocas, pero cuando das con alguien de un nivel parecido al tuyo la cosa se hace mucho más fácil.
Yo soy muy de seguir, porque tiene ese factor sorpresa que le da la chispa a algo tan aburrido como es correr. Y porque no hay que pensar. Un lunes a esas horas uno quiere las cosas fáciles. El problema es que a las 7 de la mañana no hay demasiadas opciones, y hoy parece que todo el mundo está corriendo en sentido contrario al mío, así que aparte de soportar el frío y el tedio tengo que marcar mi propio ritmo. Maravilloso.
Entonces los oigo.
Pasos, o zancadas, o como se llamen. No conozco el término exacto. Alguien está corriendo detrás de mí. Me adelantarán en breve, supongo, pero no: las pisadas se sincronizan con las mías y siguen a mi espalda. ¡Me han elegido! A alguien acostumbrado a seguir es un honor que le elijan. Todos sus criterios subjetivos le han dicho a esa persona que sí, que tiene sentido tomarme a mí de liebre. Mucha red social, pero nada supera la emoción de un me gusta real. O sí: ¡un seguidor real!
Según lo digo me doy cuenta de lo mal que suena, me entra el miedo y, al rato, las dudas; que yo tampoco soy un ejemplo, ¡si ni siquiera me gusta esto! Empiezo a echar el freno, que pase, a hacerme a un lado, que quede claro que yo no soy ese que se había imaginado, que soy un fraude. Adelántame, por favor, imagino que digo mediante mis gestos, pero esos pasos siguen detrás, un poco más despacio ahora, como imitando mi velocidad. Aminoro más la marcha y hacen lo mismo.
Freno en seco.
Me giro.
No hay nadie.
Dicen que cuando alguien muere su espíritu se queda en la tierra hasta que consigue cumplir su misión, lo que fuera que estaba haciendo cuando le llegó la hora. Supongo que dar vueltas a un parque, como misión, es una misión de mierda, y además es imposible de completar. Los círculos son infinitos.
Todos los que perdimos la vida corriendo en el parque seguimos ahí, dando vueltas muertos de frío, pensando en lo mucho que lo odiamos pero condenados a hacerlo eternamente. Y nadie saluda.