Que a veces el mundo desaparece y ahora es una de esas veces,
que no hay nadie,
tú y yo.
Tú y yo, y si me descuido solo tú,
que uno a sí mismo se mira poco
y cómo si tú eres la alternativa.
Volamos en círculos,
aunque supongo que da igual la trayectoria.
¡Volamos!
Vuelo.
No hago otra cosa desde que te conozco.
Está el parque lleno de gente que no veo,
que no hay mundo,
pero me escondo detrás de una espalda
para ver si te das cuenta,
si me echas de menos,
si vienes a buscarme.
Entonces los veo.
Se miran. Se tocan. Se besan.
Sonríen.
Vuelo a por ti: qué más da quién busca a quién.
Quiero eso.
Mirarte. Tocarte. Besarte.
Sonreír.
Ahí estaban, todas, colocadas y ordenadas como esperándome, en fila pero de lado, todas dándome la cara,
su mejor cara,
su única cara.
Por detrás estaba su cruz, los aditivos, los colorantes, los E noséqués.
Las caras brillaban tanto que qué más daba.
Aire fresco, ponía en una, con grandes letras de colores simulando el aire.
Al parecer el aire es eso. Grande. De colores.
Fresh air, decía otra, en inglés.
Guau.
Wow.
Había decenas, ¡cientos!, que en el espacio finito de aquel escaparate el desfile no tenía fin. Infinitos idiomas, letras, diseños, colores… y yo mirándolas desde el otro lado del cristal, viendo cómo me miraban.
Ellas y yo, ahí, mirándonos las caras.
Cómo elegir, ¿verdad? Escaparates. Pero entré decidido. ¡Esa!, exclamé, seguro, directo, excitado joder; sin rastro alguno de educación o señas de no haber sido criado por una manada de lobos.
Fingieron que aquello estaba bien, que el cliente siempre tiene la razón y quizá por eso va así el mundo, y me la dieron, y pagué; no sé cuánto, la verdad, pero guau, ¡guau!, ¡wow! ¡FRESH AIR! Embotellado y con muchos colorines. No me hagáis demasiado caso, pero creo que hasta tenía algo de purpurina.
¡WOW!
No podía esperar. Cómo, ¿verdad?
La abrí emocionado.
¡Wow!
Di el primer sorbo.
¡WOW!
No podía parar.
Glup glup glup (o como sea que uno bebe en inglés).