Del orden y las reglas

No es que le gustara el orden como tal, pero entendía que era necesario para que las cosas funcionaran, y la mejor forma de generar orden era poner reglas. Las tenía para todo: qué comer, cómo vestir, cuánto entrenar, cómo repartir su tiempo libre…

Una vida en orden, bendita rutina.

Entendía también que uno a veces tiene que hacer lo que tiene que hacer, aunque no le apetezca. Era como el dicho de las lentejas, aunque las lentejas en su casa si las querías las tomabas y si no te estarían esperando la próxima vez que te sentaras a la mesa. Con las reglas pasaba eso: cuando tocaba tocaba.

El problema es que fue pasando el tiempo y la lista no paraba de crecer. Cada vez había más orden, más y más normas. Menos espacio para respirar. En sentido figurado, por supuesto, pues también tenía una norma para eso: cuatro segundos inspirando, ocho segundos espirando.

Por aquel entonces ya era aquello prácticamente lo único que inspiraba, porque a las musas, o al menos a las que le habían acompañado hacía ya años, no les gustaba tanto el orden.

Siguió creciendo, envejeciendo, viviendo cada vez menos pero cada vez más en orden. Quizá no una vida plena, pero ejemplar. Se podrían haber escrito ensayos sobre ella, manuales…

Se olvidó de lo que era reír cuando se dio cuenta de que no podía recordar la última vez que lo había hecho. Entre todas sus normas nunca había escrito una al respecto. Ni una sola. Pero parecía tarde ya…

Estaba tan sometido a sus propias reglas, esas que lo habían mantenido en orden al tiempo que se lo arrebataban todo, que no veía la forma de salir. No veía por dónde empezar, que regla desobedecer primero sin que su mundo se viniera abajo. Y no empezó.

Siguió viviendo, si es que se le podía llamar así, viendo los días pasar sin que nada consiguiera alegrarle.

Volvió a sonreír el último día, justo antes de liberarse de sí mismo y echar a volar.

Indestructibles

Yo la entrada anterior se la escribí a un pez, lo prometo. Al menos en la superficie, lo cual tiene gracia si uno piensa en donde viven los peces, aunque quizá algo menos si uno recuerda la entrada y cae en que el pez desapareció para no ser nunca más visto.
Pensaba en ese pez, escribía para ese pez, pero es que joder, luego leí los comentarios y me hicieron reflexionar, que aquí esto va así: yo no escribo para que reflexionéis vosotros, o un poco sí, pero no del todo. Yo escribo para que vosotros le deis una vuelta, comentéis y me hagáis reflexionar a mí, porque, si os soy del todo sincero, la mayor parte del tiempo no sé ni de qué estoy escribiendo.
Para muestra un botón. O un pez, en este caso.
Que en paz descanse.

¿Tengo yo la culpa de que, en lo que a mí respecta, ese pez y tú hayáis llevado vidas paralelas?
Insisto: es (era) un pez real, que estuvo ahí, que desapareció, que volvió y que se volvió a ir. ¡Como tú! En diferentes medios, a diferentes tiempos, pero si uno extrae la esencia y lo piensa, cosa que yo no suelo hacer, la cosa está ahí.
Si uno sigue pensando le empiezan a venir ideas de si ese pez no era sino una lección, que dicen que todo pasa en la vida por algún motivo, que hay gente que viene a enseñar y desaparece cuando acaba la clase, como una especie de profesor sustituto inesperadamente bueno. Mi infancia hubiera sido infinitamente mejor si un día hubiera aparecido en clase un pez sustituto.

Es por cosas como esta por las que intento pensar lo menos posible.

Yo hablaba de un pez, le hablaba al pez, y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, o llámalo subconsciente si quieres. El pez es (era) un pez y no sabe (sabía) hablar, y ahí está la diferencia: que joder, es difícil entender lo que quiere alguien que no sabe hablar, y triste, y quizá nunca deje de sentirme culpable; pero tú eres una persona, y sabes hablar, pero no quieres. Qué coño hago yo sintiéndome culpable por eso. De verdad, qué cojones.

Esa es la diferencia: que al pez no sé parar de buscarlo mientras que a ti no sé por qué he tardado tanto en dejar de hacerlo.

La Habitación Roja – Indestructibles

Éramos indestructibles.

Merece la pena

Siempre he sido prudente, callado, ese que cumple las normas;
obediente, incapaz de hacer eso porque no se puede;
que quiere, pero sabe que no debe y eso le basta.
¿Y si nos pillan?
¿Y si nos ven?
¿Y si…?

¿Y si se acaba? Ya sabes, esto, no me hagas decirlo.
¿Y si nos pillan? Justo al final, que ya no haya vuelta atrás.
¿Y si nos pillan y se dan cuenta de que no hemos hecho nada?
Nada auténtico, nada de verdad, nada que valga la pena.

Pole. ft. Only – Merece la pena

¿No has intentado alguna vez explicar una sensación?