Escucho canciones pensando no sólo en lo que me hacen sentir a mí, sino en lo que creo que pueden hacerte sentir a ti. Las escucho analizándolas minuciosamente en busca de ese algo imposible de definir que es casualmente el punto que tenemos en común, o uno de ellos, o de algún modo todos juntos. Tomo nota, la mayor parte de las veces mental, y espero. Te espero.
Todos los temas de mi lista parecen diferentes cuando sé que tú también los escuchas. La música, en general, cambia, contigo o por ti.
Y nos limitamos a sonreír, sin decir nada, porque no hace falta; porque sentimos lo mismo. Y el tiempo se detiene. Y estamos solos. Y…
Momentos que uno quiere que lleguen y a la vez no, porque cree que serán increíbles, porque piensa que acabarán siendo un desastre, porque están rodeados de incertidumbre, de intriga, de misterio, de esperanzas artificiales y de verdades incompletas. Momentos que uno espera que lleguen y a la vez no. Instantes que pueden cambiarlo todo o no cambiar absolutamente nada, o quizá todo lo contrario. Cuentas atrás que empiezan y a la vez no. Diez. O no. Nueve. O a lo mejor tampoco. Probablemente ocho. ¿Siete? Contar no le hace daño a nadie: seis. Cinco, aunque a lo mejor no es buena idea.
Ya está ahí. Qué ganas. Qué miedo.
Rudimental ft. Ella Eyre – Waiting all night
Tell me that you need me. Tell me that you want me.
Alguien me dijo una vez que para mí era todo demasiado intenso, que a mí las cosas que me gustaban no me gustaban, sino que me encantaban, y que eso no era bueno. No era bueno porque cuando todo es increíble nada lo es, porque nada destaca. No fui capaz de contestar, pero por dentro terminé por darle la razón. Mi mundo se apagó un poco: las bombillas habían vuelto a ser simplemente bombillas e iluminaban menos. La idea de disfrutarlo todo menos parecía lógica, el único camino para conseguir que las cosas especiales sobresalieran. Sin embargo, no tardé demasiado en toparme con el gran problema: ¿qué era especial? ¿Cómo podía decidir qué cosas merecían realmente ser ensalzadas y qué otras no? Si no clasificaba el mundo con cuidado corría el riesgo de ser demasiado permisivo y acabar de nuevo en el principio, donde nada era increíble por serlo absolutamente todo. Ante la duda, decidí esperar, dejar que las cosas se revelaran por sí mismas como merecedoras de un desmesurado aprecio. Ninguna lo hizo. Mi mundo se volvió gris.
Después de pasar un período, diría que largo, en penumbra, reflexioné sobre el origen de aquella falta de luminosidad. El hilo de mis pensamientos me llevó irremediablemente a esa persona que una vez me dijo que para mí era todo demasiado intenso. Pensé en su vida y en cómo en ella, igual que en la mía por aquel entonces, todo era anodino. Me sentí estúpido por haber creído en sus palabras, por haber dejado que me robaran la ilusión que había mantenido prácticamente intacta desde niño. Me lamenté por ello, lloré durante tres segundos y me prometí que aquello no volvería a suceder; no el hecho de llorar, sino el de permitir que la opinión de otros cambiara mi rumbo en contra de lo que yo sentía.
Cerré los ojos. Sentí las lágrimas resbalando por mis mejillas. Me recreé en la sensación (alguien me habría dicho que no era nada del otro mundo,), en la tibia calidez (que pasaba siempre que uno lloraba), en las cosquillas… No sé si fui feliz porque sonreía o si sonreí porque era feliz, pero tuve claro que aquello debía acompañarme el resto de mi vida.
Milky Chance – Stolen dance
We need to fetch back the time they have stolen from us.