Que alguien me diga cuándo parar porque no sé, no puedo.
Entiendo que hay que hacerlo, que todo se acaba,
y nosotros,
y qué sentido tiene esperar a que nos pare otro;
pero no, no soy capaz.
Soy el último en todos mis grupos de WhatsApp, y esa es mi vida.
Nunca me voy. Por si acaso.
Aunque sea evidente.
– Mira esto, es precioso – te dije con la labia propia de un virus de WhatsApp. Y te mandé el enlace. – Lo odio – dijiste, y supongo que te diste cuenta enseguida de que quizá habías ido demasiado lejos-. No es que no me guste, pero es algo que he visto ya muchas veces.
– ¿Acaso es menos bonita una rosa porque hayas visto un ciento?
Dijiste que sí.
Es la historia de mi vida, supongo, porque decir que es la primera vez que siento algo parecido sería mentir, y yo no miento; y supongo también que es verdad, que la belleza una vez llama la atención pero repetida satura; que hoy algo bonito es bonito pero mañana lo es menos, pasado quizá solo está bien y al final terminas odiándolo.
Así es como funciona todo, ¿verdad?
Soy muy cabezón, y la verdad es que me da igual si es así como el resto del mundo ve el mundo: yo me niego. Yo soy capaz de ver algo bonito a diario y emocionarme cada vez.
No concibo la vida de otra manera.