No buscaba el amor, pero supongo que de algún modo esperaba encontrarlo. En ti, en ti, en ti.
Cada ti era un tú diferente, y en cierta manera diría que siempre el mismo.
Todos me preguntaban en algún momento qué es poesía, porque aparentemente ya nadie lee, y lo hacían mientras clavaban en mis ojos sus pupilas cuidadosamente envueltas en colores que sí, mayoritariamente eran tonos de azul. Me cago en Bécquer.
Lo triste es que poesía eran ellos, siempre, cada tú, y eso estaba mal, joder, que poesía no puede ser cualquier cosa.
No buscaba el amor, pero supongo que de algún modo esperaba encontrar a alguien que fuera poesía… hasta que me di cuenta de que no lo iba a hacer si seguía buscando en el saco de esa gente que no sabía qué era poesía. Ningún sentido.
Lo siento, Bécquer, esa rima está mal: si no sabe qué es poesía no puede serlo. Y ya está.
No buscaba el amor, pero supongo que de algún modo esperaba encontrar a alguien que me dijera que poesía soy yo.
Soy incapaz de leerte, aunque no eres un libro, así que ¿de quién es la culpa?
Es una pregunta retórica: es mía; pero cómo iba a saber que no es posible si he aprendido a tocarte sin que seas un instrumento, si te pinto las mejillas y no eres un cuadro, si aunque no tengas pinta de móvil te hago vibrar.
Es confuso. Todo. Mucho.
Te he ido asimilando a conceptos y ha funcionado hasta ahora.
Y eras cada objeto.
Y eras cada forma de arte.
Me he convencido de que era posible que lo fueras todo y he querido que fueras poesía. A fin de cuentas poesía eres tú, ¿no? Y no, o no lo sé.