Me pidió que me fuera a casa y escuchara una canción, cualquiera, pero solo eso. El ejercicio consistía en sentarse, cerrar los ojos y escuchar, sin hacer absolutamente nada más. Sonreí pensando que quizá eso para el resto podría suponer un reto, pero no para mí. En mi caso se trataba de algo habitual: rutina. ¡Me paso el día escuchando música!, pensé. Y no era cierto.
Traté de recordar la última vez que lo había hecho, escuchar una canción de verdad, y no fui capaz. Hace mucho que no escucho música, admití; últimamente solo la oigo.
Corrí hacia casa sintiéndome ese niño que vuelve ilusionado del colegio con la mochila dando bandazos, dispuesto a escuchar a oscuras Don’t stop me now hasta que dolieran los escalofríos. Dejé caer los libros sobre la moqueta del cuarto y apagué la luz; y no quería parar, pero fue Ojalá la palabra que escribieron mis dedos en el buscador.
Aún me duelen esos escalofríos.
La Maravillosa Orquesta del Alcohol – Ojalá
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte, para no verte tanto, para no verte siempre.