Por si sirve de algo, no era por ti que te odiaba: era por mí. Envidia, supongo. Uno crece creyendo eso de que si quieres puedes y luego la verdad es que no siempre. Imagínate si no, menudo desastre. Yo quería, vaya que sí, pero no podía; y tú ahí como si la cosa no fuera contigo, lo mismo hasta sin querer, y pudiendo. Y qué rabia.
Se me pone la piel de gallina y al tener fiebre duele un poco, pero es que no puedo parar de escucharlos, porque es hacerlo, recordar el concierto y verla. La veo ahí, dos metros delante de mí o menos. Tan lejos.
Mira hacia su derecha y me da rabia que no lo esté haciendo hacia atrás. La veo mirar así, tiemblo y siento envidia de que nadie me haya mirado a mí nunca de ese modo. Sigo las líneas invisibles que trazan sus deseos a través del humo con ganas de saber dónde piden pista. Los observo aterrizar para darme cuenta entonces de que quizá sí me hayan mirado así alguna vez, o muchas, pero yo estaría, como la chica a la que mira la primera, con la atención en otra parte.
No sé qué tipo de amor es, si imposible, prohibido o simplemente no correspondido, pero ser es amor. Y la mira así con cada frase clave: tu mirada entre tantas miradas, nacimos para eso,imaginándote sin mí, ¿cómo iba a decírtelo si nunca bailas sola?, magia cuando miro y te tengo al lado,que bailas a mi lado sin rozarme… Y yo no consigo quitarle el ojo de encima mientras ella se muerde el labio y va lanzando aviones a cuyos pasajeros nadie ha ido a recibir al aeropuerto. Mírame a mí así y te juro que nos vamos, sin esperar siquiera a que acabe el concierto, que en el coche tengo el CD y ya si eso lo escuchamos mientras conducimos juntos hacia el resto de nuestra vida.
Me mira y no sé qué quiere. A lo mejor a ella le pasa lo mismo, que me ve mirarla y no sabe qué quiero, porque está lejos, mucho, y a esa distancia es imposible distinguir nada. Pero yo sé qué quiero, así que lo que me preocupa es lo otro: que me mire, no saber qué quiere. Me llama. La siento. Desde ahí arriba. Radiante. ¿Qué quieres?, le pregunto. No dice nada. La luna no me habla. Solo me observa. A veces creo oír cómo se ríe, y me da rabia. Parece que recuerda que no hace demasiado miraba desde el mismo sitio, pero no me veía sólo a mí, sino a los dos, y se moría de envidia. La luna es una egoísta. Es de esa gente que cuando no puede conseguir una victoria se regodea en las derrotas del resto.