A veces el cielo está nublado, y a veces parece que no somos capaces de mirar hacia otro lado. Un día gris, ¡qué triste! Pero el cielo es solo eso, y vale que es grande, pero a poco que te descuides no lo ves ¡Será por cosas bonitas aquí abajo!
Es cuestión de perspectiva, y también de ganas, que uno pone la atención donde quiere. Contemplar el gris del cielo es una opción, y a no ser que estés tumbado una que acabará dándote dolor de cuello. Nadie quiere que le duela el cuello, y menos por haberse estado recreando en un cielo gris.
– No lo mires. – Pero es que está gris. – Sí, pero ahora que ya lo sabes, ¿para qué seguir?
Si fuera una taza te diría que no dejes que un cielo gris te arruine el día, pero no lo soy. Aunque en serio, ¿para qué seguir?
Decíamos que el cielo era el límite y ni siquiera eso, que cuando quisimos darnos cuenta ya estábamos más arriba, y no teníamos vértigo, y no teníamos miedo.
El límite lo habíamos puesto nosotros queriendo viajar demasiado deprisa demasiado lejos, todo y ya. No habíamos sido capaces de ver que todo es poco a poco.
Dejamos el cielo atrás cuando empezamos a soñar pequeño para vivir grande, cuando caímos en que el viaje se hace solo después de la mitad. Era todo tan fácil como ir haciendo una vida de caminos cortos, estar siempre casi ahí, que no hay límite posible cuando todo está a dos pasos.
Salgo a la calle sin abrigo, y no, no ha llegado la primavera: hace seis grados, aunque tengo calor. Creo que me he levantado caliente, no en el sentido que estás pensando, pero ¿sabes como a veces hay personas que te calientan el alma? Pues a mí me calientan los hechos. Qué hechos es lo de menos, pero entre esto de aquí y aquello de más allá el caso es que no tengo frío, y si uno no tiene frío, ¿para qué va a taparse?
No tendría sentido.
Salgo a la calle en mangas de camisa. Ya no soy un niño: un niño nunca diría que va en mangas de camisa. Hace frío pero brilla el sol.
Los pájaros cantan y las nubes no se levantan porque no hay: el cielo está completamente despejado. Llevo los auriculares puestos así que en verdad tampoco tengo ni idea de si están cantando los pájaros, aunque deberían. No hace día para no cantar.
No soy un pájaro pero tarareo, para mí, para ti un poco, principalmente para mí. Es como el principio de una película, o quizá el final, cuando todo va bien y el protagonista pasea triunfante al ritmo de la música. Y llevo la camisa arrugada.
Es una camisa nueva; la he sacado del envoltorio y me la he puesto directamente, sin planchar ni nada. Si es nueva, ¿no debería venir ya lista para usar?
El protagonista de una película nunca llevaría las marcas de los dobleces de una camisa nueva, seguramente porque se la planchan los de vestuario.
Sigo caminando como si las arrugas no fueran un problema. Todo va bien, sonrío y tal, pero me doy cuenta de que a mi vida le falta algo.
¿Dónde están los de vestuario?