A lo mejor no te digo mucho que te quiero, pero cuando sé que vas a meterte en la ducha corro a poner la toalla en el radiador para que esté caliente cuando termines, que las palabras te pueden hacer sentir muchas cosas, pero cuando sales de la ducha en invierno no necesitas un poema. Que soy raro, aunque eso ya lo sabías; y a lo mejor raro es lo que nos hace falta.
Ya no hacen juegos como los de antes, donde el nombre es además las reglas y no hace falta saber nada más. Nadie pregunta cómo se juega si propones jugar al pilla pilla. Otro de esos grandes clásicos es frío frío, caliente caliente, que quizá necesita algo más de explicación porque puede estar tibio, pero poco más. A pesar de lo simple que es, pocas emociones se comparan a estar cerca, caliente, más cerca, muy caliente, aún más cerca, ¡te quemas! Y ahí está, lo que fuera que andabas buscando.
Ahora que ya soy mayor me dedico a culpar a mi infancia de todo lo que me pasa. Supongo que es normal. De pequeño alguien me dijo tal y ahora mira. Supongo también que la mayoría de las veces son excusas, pero alguna vez tengo que tener razón, y estoy convencido de que esta tiene muchos números.
¡Te quemas! ¿Por qué? Es decir, ¿no tenemos el sentido del tacto para evitar situaciones como esta? Los corpúsculos de Ruffini para ser precisos (sí, lo acabo de buscar en Google). Nuestra evolución nos dice que si algo está muy caliente nos apartemos, pero ahí está nuestra infancia diciéndonos todo lo contrario: que si está muy caliente es que casi lo tenemos, que sigamos, que un poquito más…
No es tu culpa si no te apartas a tiempo o si no sabes decir basta: la culpa la tienen los hijos de p niños esos de tu clase. O tus padres. O la profesora aquella que no estaba a lo que tenía que estar cuando le tocaba patio. Tú nunca.
Londres es esa ciudad fría donde la gente entra en un ascensor y no dice nada. Parece que se ha quedado buen día.
Decían que hoy iba a llover y mira qué sol.
Uf, lunes.
En Londres no.
Nada.
Fuimos nómadas un rato, pero enseguida nos dimos cuenta de que aquello cansaba y además alguien había inventado el sofá. Sedentarios desde entonces.
Alguien inventó también las escaleras, pero nosotros, siempre en continua evolución (entendida como el esfuerzo por hacer cada vez menos), inventamos el ascensor.
Nadie sube andando ahora. Y en Londres en los ascensores no se habla.
He preguntado a gente de aquí que por qué, que qué frío, que qué feo.
Ellos dicen que lo incómodo es hablar, que qué frío, que qué horror. ¿Ni hola?
Ni agua. Pues vaya.
Ahora subo siempre por las escaleras.
Mucho más cálido.