Corría sin prisa, porque tenía que llegar aunque no estuviera segura de si quería.
No podía arriesgarse a que le dijeran que no había puesto de su parte.
No podía fallar.
Fallar… pero a quién.
Era la batalla de siempre:
lo que estaba bien contra lo que tenía dentro,
ella contra el resto,
la cabeza contra el corazón.
Ella contra ella.
Era su cabeza contra su corazón, y ahí no podía echarle la culpa a nadie más.
Corría, y en ningún momento se había planteado parar, aunque corría despacio.
Pudo haber llegado antes, pero es que a veces hay que llegar tarde.
Zetazen – Correr, pero a dónde
La eterna cuenta atrás empieza en doce.