Hubo un tiempo en que escribía prácticamente a diario. No sé si alguien se acordará de eso, porque a mí la verdad es que me cuesta recordarlo, pero es cierto. Cuando escribes cada día no es que no importe lo que digas, pero hay menos presión: si hoy no sale del todo bien mañana ya irá mejor. Es rutina, una parte de tu día a día y del día a día de los que te leen; y lo que pasa con la rutina es que la damos por supuesta. Eso, desde los ojos del que está a este lado de la pantalla, es bueno. Yo me sentaba a escribir y lo hacía sobre cualquier cosa, por pequeña que fuera; y aunque el tema apenas tuviera relevancia las palabras fluían porque no tenía presión. La presión es la peor enemiga de las musas.
Supongo que esto es una disculpa… o una excusa.
Escribo poco porque escribo poco, y como escribo poco cada vez escribo menos.
My Chemical Romance + The Used – Under pressure
It’s the terror of knowing what the world is about.
Yo la entrada anterior se la escribí a un pez, lo prometo. Al menos en la superficie, lo cual tiene gracia si uno piensa en donde viven los peces, aunque quizá algo menos si uno recuerda la entrada y cae en que el pez desapareció para no ser nunca más visto. Pensaba en ese pez, escribía para ese pez, pero es que joder, luego leí los comentarios y me hicieron reflexionar, que aquí esto va así: yo no escribo para que reflexionéis vosotros, o un poco sí, pero no del todo. Yo escribo para que vosotros le deis una vuelta, comentéis y me hagáis reflexionar a mí, porque, si os soy del todo sincero, la mayor parte del tiempo no sé ni de qué estoy escribiendo. Para muestra un botón. O un pez, en este caso. Que en paz descanse.
¿Tengo yo la culpa de que, en lo que a mí respecta, ese pez y tú hayáis llevado vidas paralelas? Insisto: es (era) un pez real, que estuvo ahí, que desapareció, que volvió y que se volvió a ir. ¡Como tú! En diferentes medios, a diferentes tiempos, pero si uno extrae la esencia y lo piensa, cosa que yo no suelo hacer, la cosa está ahí. Si uno sigue pensando le empiezan a venir ideas de si ese pez no era sino una lección, que dicen que todo pasa en la vida por algún motivo, que hay gente que viene a enseñar y desaparece cuando acaba la clase, como una especie de profesor sustituto inesperadamente bueno. Mi infancia hubiera sido infinitamente mejor si un día hubiera aparecido en clase un pez sustituto.
Es por cosas como esta por las que intento pensar lo menos posible.
Yo hablaba de un pez, le hablaba al pez, y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, o llámalo subconsciente si quieres. El pez es (era) un pez y no sabe (sabía) hablar, y ahí está la diferencia: que joder, es difícil entender lo que quiere alguien que no sabe hablar, y triste, y quizá nunca deje de sentirme culpable; pero tú eres una persona, y sabes hablar, pero no quieres. Qué coño hago yo sintiéndome culpable por eso. De verdad, qué cojones.
Esa es la diferencia: que al pez no sé parar de buscarlo mientras que a ti no sé por qué he tardado tanto en dejar de hacerlo.
Te perdimos una vez. Te buscamos, y te buscamos, y te buscamos, pero no éramos capaces de verte. Tenías que estar ahí, y aun así no estabas. Seguíamos buscando, teniendo cada vez más claro que no ibas a aparecer, que ya era tarde, que no, pero ¿cómo íbamos a parar? ¿Cuándo dejas de buscar a alguien a quien quieres? La respuesta es nunca.
Ya habíamos tirado la toalla, pero seguíamos buscando porque la alternativa era peor: aceptar que no íbamos a volver a verte. Y contra todo pronóstico apareciste.
En ese momento lo olvidamos todo. Es como si el cerebro se bloqueara, o incluso como si no tuviéramos cerebro. No pensamos, no podíamos, ¿cómo? La cabeza nos seguía diciendo que estaba ya todo perdido, pero ahí estabas. ¡Estabas ahí!
Y mientras dejábamos que la alegría se adueñara de nosotros, el cerebro, que para nada se había bloqueado, seguía haciendo su trabajo, borrando todo lo que nos había llevado hasta ese momento, porque qué importaba todo eso: los nervios, el miedo, la búsqueda, las preguntas… Nada importaba porque estabas aquí.
El cerebro se encargó de borrarlo todo, incluido el hecho de que realmente no te habías perdido. No supimos verlo, o no quisimos, porque cómo íbamos a pensar que eso era lo que tú querías. ¿Cómo aceptas que alguien a quien quieres no quiere estar a tu lado?
En verdad nada tenía que ver con nosotros, pero a veces resulta casi imposible no ver las cosas desde nuestro punto de vista. No fuimos capaces de ponernos en tu lugar, de entenderte, y supongo que mentiría si dijera que hoy algo de eso ha cambiado. Aceptamos que te has ido, y que probablemente eso fuera lo que quisiste desde un primer momento, pero no lo entendemos. Ojalá pudiéramos.