– ¿Conocéis los números primos? – preguntó la profesora.
– Nunca me los han presentado – dijo ella entre risas, mirando a un lado y a otro buscando la aprobación de sus amigas.

Fue simple, infantil e incluso estúpido, pero éramos críos, y fue más el cómo que el qué. Aquel cómo fue una risa que atravesó la clase sobrevolando los pupitres hasta alcanzar el mío, acariciarme el rostro como una suave brisa y enamorarme. A mí me da el aire según cómo y me enamoro.

Estaba fuera de mi alcance, decían. Era otra liga, ni siquiera podría hablar con ella.
Chorradas de críos, no por eso menos crueles, que me dejaron claro que jamás estaría a su lado… y así fue: un día alguien no cerró la puerta, las ventanas estaban abiertas y aquella (b)risa voló arrastrada por la corriente.
Para no volver.

---

En medio de la sala estaba de pie, tenía los ojos cerrados y bailaba solo, y tenía la piel de gallina solo y me abrazabas por detrás mientras yo seguía solo. No sé si a vosotros os pasa, pero yo soy de ir mucho al baño. Apenas terminó la canción sentí la necesidad de hacerle una visita.

El baño tenía algo más de luz que la sala donde había estado sintiendo, lo cual no era difícil. Era amplio, decorado en tonos ocres y unisex. A la derecha de una hilera de tres cabinas con puertas de cristal traslúcido, que supuse que eran los retretes, había dispuestos tres urinarios, que es una palabra como demasiado elegante para un sitio al que vas a hacer pis, que es una palabra como demasiado repipi para decir que vas a mear, que es una palabra como demasiado vulgar, como meadero, que era la alternativa a urinario para no parecer pedante. He llegado a la conclusión de que en el mundo de la micción no hay término medio, así que había tres meaderos, de esos que van desde la mitad del pecho hasta los pies.

Me acerqué al del centro, lo cual es algo que uno no debería hacer nunca, bajé la cremallera de mis pantalones y la vi. Fue raro, porque no la vi con mis ojos, que miraban al papel pintado que tenía enfrente, sino a través de una cámara que debería haber estado situada más allá de la pared: en primer plano la parte trasera de los urinarios, la que se apoya contra el muro, después yo, al fondo ella. Estaba ahí, ¿diez años después? ¿Doce? Un reencuentro de tal calibre no podía ocurrir en un parque, ¿verdad? Tiene que ser en un baño. Gracias, vida.

Me quedé con la mano al final de la cremallera dudando entre sacármela o no, y vi cómo daba un paso. Llevaba un abrigo doblado sobre la mano derecha, el pelo liso y a una de esas amigas a la que tanta gracia le había hecho el chiste de los números primos al lado. La amiga no dio el primer paso pero ella ya había dado el segundo. Volví a subir la cremallera: parece que ahora no toca. Desconozco si fue el tercer paso o que el cámara se acercó a ella, pero aun de espaldas pude ver que en sus ojos había tristeza, que algunas lágrimas ya los habían salpicado y que todavía iban a llegar más.
Entendí qué quería, en el lugar menos indicado y en el peor momento, y le dije que sí sin abrir la boca, que podía abrazarme. Me rodeó desde atrás con sus brazos y contuve el aliento hinchando pecho.
Pensé: no aprietes mucho que no aguanto, pareció entenderlo y no apretó, aunque igualmente no aguanté: volvió aquella brisa, no pude esquivarla y me enamoré.

The Strokes – Meet me in the bathroom

Now she’s staring wide-eyed.