Who let the dogs out?

Después de haberme informado mínimamente sobre la zona, el amable lugareño concluye:
– Campo, monte y bosques de pinos. Eso es todo lo que encontrarás por aquí.
– Perfecto: eso es precisamente lo que ando buscando – le digo mientras palpaba mi bolsillo derecho asegurándome de que la navaja estaba en su sitio.

– ¿Qué haces? – me pregunta el Señor Z desde algún rincón de mi mente.
– En las películas, cuando alguien dice algo así es que hay más, un secreto o algo.
– Esto no es una película, Z.
Odio que me llame Z y lo sabe, quizá por eso sigue haciéndolo. Es su forma de decirme que me considera una versión sin pulir de sí mismo, que tengo potencial pero me falta dar el paso. No pienso dar el paso. Lo ignoro.
– ¿Qué hay de esas películas basadas en hechos reales? De algún sitio salen, ¿no?
– Touché… – y desaparece.

Llevaré hora y media andando y he visto, en este orden, campo, monte y pinos. Y río. Sabía que el hombre no me lo contaba todo, aunque considerando el caudal del río yo también lo habría obviado.
No hay oscuros secretos. Mi vida no es una película.
– Lo siento, Z.
– ¡Cállate!
Acaricio la navaja por encima del pantalón y mentalmente le pido perdón yo también. Supongo que en otras manos serías más feliz, verías más la luz, tendrías más… ¡un momento! ¿Eso ha sido un grito? ¡Sí! ¡Lo ha sido! ¡Y de angustia! Sé que está feo ponerse contento, pero al fin parece que llega algo de emoción entre tanta planta.

Saco a mi afilada amiga del bolsillo y dejo que su hoja vea el sol. La empuño con firmeza en mi mano derecha y me acerco sigiloso al lugar desde el que ha venido el alarido. Parece que es después de aquella curva. Camino despacio porque, haya lo que haya tras el giro, no parece una buena idea que me detecte antes de que lo haga yo. Otro grito desgarrador. Tuerzo y lo veo, tirado en el suelo sobre un charco que probablemente sea de su propia sangre. El hombre no está solo: una especie de perro le está olisqueando la cara. Me fijo bien y descubro que la criatura en cuestión no lo olfatea, sino que le está devorando el rostro. Tal cual.
Pese a que en mi cabeza me muevo cual ninja, no consigo eludir la percepción del sabueso, que me mira desafiante durante unos segundos antes de echar a correr hacia mí.
– ¡Perrito bonito! ¡Perrito bueno!
– ¿En serio?
– Yo qué sé, tenía que intentar algo…
Se me abalanza encima y, en un último intento de no hacerle daño, lo sujeto del cuello con mi mano izquierda. No me deja alternativa: el chucho del demonio intenta vencer la resistencia que ofrece mi mano para morderme a mí también. Cierro los ojos, lanzo mi brazo derecho hacia arriba siguiendo un arco y llueve caliente, fétido y con tropezones. Dejo de sentir el pulso en el cuello de la bestia, así que lo arrojo a un lado sabiéndome a salvo.

¿Qué era eso? ¿Cómo había alcanzado ese estado? ¿Algún tipo de enfermedad? ¿Era un perro zombi? ¿Vendrán más?
Nunca lo sabremos, porque es todo mentira, pero es que un día entero de monte, bosque y campo a mi cabeza le da para mucho.

Baha Men – Who let the dogs out?

Woof, woof, woof, woof.

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