El oído.
Reflexioné durante diez, quizá hasta veinte segundos, y me pareció tenerlo claro. Si tuviera que elegir entre perder la vista o el oído elegiría el oído. La vista es demasiado valiosa como para prescindir de ella. No podría vivir sin volver a ver un atardecer, las luces de Navidad, tu cara… El oído tampoco es tan importante. De hecho, quizá hasta tuviera su lado positivo el hecho de perderlo: no volver a escuchar gritos, pitidos, obras… música…
Música.
Una vida sumida en el más absoluto de los silencios. No volver a escuchar un piano nunca más, o una guitarra, o una voz… Ninguna voz. Eso no sería vida. No podría soportarlo.
¡La vista! ¡Elijo la vista!
Lo dije casi a gritos, creyendo por un momento que tenía que tomar realmente esa decisión y que mi primera respuesta había sido el mayor error de mi vida. He visto muchas cosas. Es cierto que podría ver muchas más, pero dudo que las que pudiera alcanzar a ver en una vida fueran a llenarme tanto como todas aquellas cosas que aún me quedan por escuchar. Además, ser ciego sería la excusa perfecta para tocar a discreción: mis manos harían las veces de ojos y nadie podría decirme nada. Es posible que no fuera capaz de dejar de mirarte la cara… u otras cosas. Y todo eso al ritmo de la música.
Llévense mi vista, señores. ¡Que empiece la fiesta!
The All-American Rejects – I wanna
All I wanna do is touch you.