18th floor balcony

Llego tarde, muy tarde, pero llego. Me esperas detrás de una copa de vino con una sonrisa cansada. Me esperas, y eso ya es algo; podrías haberte ido y no tendría nada que reprocharte: cuando digo que llego muy tarde quiero decir mucho. No ha sido culpa mía, pero eso tampoco me hace sentir mejor. Lo siento, digo a duras penas. Me cuesta hablar porque desde que he aparcado el coche he venido corriendo. No ha sido demasiado inteligente, lo sé, pero quería minimizar la parte del retraso que dependía de mí, y he cubierto la distancia del aparcamiento al restaurante corriendo lo más rápido que he corrido en mucho tiempo. Creo que vuelvo a decir lo siento, o quizá no, pero no paro de pensarlo. Lo siento.
Durante un rato no paro de repetir esas dos palabras en mi cabeza ni de notar lo acelerado que está mi corazón ni de sudar ni de ser incapaz de decir más de tres palabras seguidas con sentido. Excelente, Señor Z. Pero sonríes, me dices que me tranquilice y me coges de la mano. Me calmo de golpe, como si tu roce fuera suficiente; y vuelvo a saber hablar, y no sudo… y mi corazón se dispara. Parece que tu roce lo arregla todo menos eso.

Empiezo a comer saboreando más tus miradas que la ensalada, disfrutando más de tus palabras que de la copa de vino. Y sonrío. Sonrío sin parar, y en parte lo entiendo. Debo parecer tonto, y eso también lo entiendo, pero estoy ahí, estás ahí… lo raro sería no sonreír.

Veo que un hombre me mira desde detrás de tu espalda. El desconocido se da cuenta de que he reparado en él y, en lugar de apartar la mirada, levanta las cejas un par de veces. Creo saber exactamente qué está queriendo decirme, que es una mezcla entre qué suerte tienes, te envidio y debes ser muy bueno para estar sentado a su lado.
Su gesto me hace pensar en cómo he llegado hasta ahí. No me refiero a corriendo ni a muy tarde, sino al cúmulo de circunstancias que hacen que ahora esté sentado en esta mesa contigo enfrente. A las decisiones que perfilan nuestro destino. A la vida. Pienso que todo podría ser muy diferente, que yo podría ser muy diferente; lo mismo hasta podría tener unos abdominales de esos que quitan el hipo. Pienso en todos esos yos que no soy y en el que se dispone a atacar al segundo plato, masticando convencido de que ninguno de ellos querría estar en un lugar distinto a este.

El desconocido recoge sus cosas, se acerca a la barra a pagar y se despide de mí con una sonrisa cómplice; mientras tu tarta de chocolate le dice a mi macedonia que tienes sueño y que cuando acabemos te irás a tu casa a dormir la siesta.

Nada más salir del restaurante me acaricia la cara una suave brisa que huele a despedida, pero estoy convencido de que calle arriba no sopla el viento, así que te invito a seguirme. Da la casualidad de que calle arriba está mi casa y, oye, está más cerca y tengo un sofá que no está mal. Que no se pueda decir que no lo he intentado.
¡Funciona! Subes, te tumbas, hablamos un poco y caes. Intento dormir, que yo también estoy cansado, pero estás aquí, en el mismo sofá desde el que escribo, con tus pies sobre mis piernas. Estás aquí y sería tremendamente irresponsable por mi parte cerrar los ojos, igual que lo sería mirar la pantalla para ver el documental. A fin de cuentas, los documentales se hacen para que la gente haga otras cosas; y este documental se ha hecho para que tú duermas y yo te vea dormir.
Poco antes de que acabe la pieza despiertas y decides que debe ser más cómodo apoyar tu cabeza en mi barriga que hacerlo en los cojines. Me alegro de no ser el yo de los abdominales de acero, porque con ese probablemente no aguantarías en esta postura más de unos segundos; y yo, por querer, quiero estar así toda la vida.

No me atrevo a moverme cuando la pantalla se funde a negro salvo para acariciarte el pelo, y así se nos va casi otra hora, a oscuras.
Pienso en los planes que tenía para esta tarde, en las cosas que no he hecho por no hacer nada. No hacer nada, dice. Capullo.
Tengo razón. Es decir, mi conciencia la tiene, el de la cursiva. Si esto es perder el tiempo nunca he disfrutado tanto de hacerlo.

 

Blue October – 18th floor balcony

Your head is on my stomach and we’re trying so hard not to fall asleep.

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