Él se acercó a ella. Él y ella tenían nombres, pero no son importantes.
– ¿Qué haces aquí? – preguntó él.
– Lo mismo que tú – respondió ella guiñando el ojo derecho.
Preguntar qué hace alguien en el mismo sitio que tú suele no tener sentido. Si tú estás ahí, ¿por qué no iba a estarlo la otra persona? Es más, probablemente vuestros motivos sean muy parecidos.
Ella no pensó nada de esto, sino que sonrió, invitándolo a sentarse. Él le devolvió la sonrisa y se sentó.
Lo de devolver una sonrisa, interpretado en sentido literal, es horrible; es como si no la quisieras, como si la rechazaras. No fue el caso: fue una sonrisa nueva.Empezaron a hablar como si no hubiera pasado el tiempo.
Al rato llegó otra ella, diferente de la primera, también con nombre, aunque también irrelevante. Se presentó con una sonrisa que valió al mismo tiempo por un ¿qué hacéis aquí?, un ¡cuánto tiempo!, un me alegro de veros, un ¿puedo sentarme? y un me siento.
Se sentó y siguió la conversación asintiendo y negando con la cabeza. Mover la cabeza sin articular palabra es una forma completamente válida de participar en una conversación.
Llevaba tiempo dando vueltas por el edificio, perdido, desubicado. Caminaba por el piso de arriba cuando los vi, abajo, sentados alrededor de una mesa blanca. Mis piernas echaron a correr antes de que mi mente hubiera terminado de procesar aquella imagen.
– ¡¿Qué hacéis aquí?! – pregunté casi a gritos.
Contestaron sonriendo.
No supe exactamente qué significaban aquellas sonrisas, pero las interpreté como un ¡bienvenido!
No teníamos ninguna razón para estar allí: aquel sitio no nos pertenecía… ya no… y aun así ahí estábamos, reunidos de nuevo.
Me bastaron un par de segundos para comprender que nuestra fuerza, nuestro destino, éramos nosotros, el hecho de estar juntos. El donde siempre había sido lo de menos.
It’s always better when we’re together.
Jack Johnson 🙂
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